"No podemos esperar a llegar a una crisis hídrica mayor para tomar decisiones", así de drástico es el profesor Fernando Santibáñez, académico del Departamento de Ingenierías y Suelos de nuestra Facultad, al referirse a la situación de nuestro país frente a la sequía y la escasez de agua en nuestras reservas.
La actual sequía que atravesamos es, sin duda, la más intensa desde que tenemos registros. De acuerdo con el profesor Santibáñez, si miramos la historia nos damos cuenta que estos periodos secos prolongados, aunque algo menos prolongados, han ocurrido una o dos veces más en un siglo.
“En las zonas con pluviometría anual inferior a los 1000 mm, al parecer no son un fenómeno completamente nuevo, pero sin duda que van creciendo en intensidad y duración, lo que nos debe mover a un estado de alerta”, advierte el profesor Santibáñez.
En las regiones donde se mantenía registro promedio de precipitaciones por sobre los 1000 mm de lluvia anual, de La Araucanía al sur, el problema parece ser diferente. La sequía se viene instalando en forma crónica, según las palabras del profesor Santibáñez “quizás se nota menos porque llueve más, pero en términos relativos el cambio es mayor aún”.
El promedio de precipitaciones de las últimas décadas es claramente diferente al de hace 100 años atrás; por ejemplo: en La Serena la precipitación anual cayó de 130 mm a 80, en Santiago, de 360 mm a 280, en Valdivia, de 2900 mm a 1800. Frente a esta disminución de las aguas lluvia, es urgente una reacción. Se necesita una estrategia de inteligencia hídrica para nuestras cuencas y aumentar la capacidad de retención de la escorrentía, particularmente en invierno cuando el consumo es muy bajo; discusión que no se puede prolongar hasta después de llegar a una crisis hídrica de proporciones.
De acuerdo con el profesor Santibáñez, son muchas las tareas que se requieren para salir del rumbo que podría llevar a la crisis. “La primera, y que está más al alcance de las circunstancias, es una mejora generalizada de la eficiencia con que se usa el recurso agua tanto en la agricultura y la ciudad, como en la minería y la agricultura. Sin duda que es la agricultura la que puede hacer un mayor aporte en este sentido por cuanto esta actividad usa alrededor del 77% de toda el agua de las cuencas, con una eficiencia global que no supera el 50%”, afirmó.
“Una segunda acción, con viabilidad técnica, es el aumento de la capacidad de retener el agua en la cuenca mediante embalses pequeños, medianos y grandes, así como la recarga de agua subterránea mediante técnicas de inyección de agua en profundidad”, agregó el académico.
Por su compleja topografía, Chile tiene condiciones para implementar sistemas de cosecha de agua lluvia. Esto consiste en la canalización de escurrimientos temporales en pequeñas quebradas, almacenándola en embalses de algunos miles de metros cúbicos que pueden ser manejados por grupos de agricultores organizados para el efecto.
Sin embargo, debido a los grandes volúmenes que requiere la agricultura, no sería compatible tomar medidas como la creación de nuevas fuentes de agua, ya sea la desalación de agua marina, la extracción del agua del aire o la captura de niebla, porque son técnicas aún de alto costo por metro cúbico y a menor escala.
Finalmente, el profesor Santibáñez señala que “la idea de interconectar cuencas, mediante carreteras hídricas puede ser una opción viable, aunque implica grandes inversiones en infraestructura. Basta pensar que las cuencas situadas entre Maipo y Biobío vierten cada año al mar al menos 8000 millones de metros cúbicos de agua, si tan solo retuviéramos un 25% de dicha agua, recuperaríamos 2000 millones de cubos, o sea, algo más de tres embalses Rapel llenos, con lo cual estaríamos más preparados pare enfrentar las sequias que nos esperan en el futuro”.
Estamos ante un escenario muy adverso respecto a la reducción sostenida del recurso hídrico y es necesario poner en debate, desde ya, estas y otras estrategias que puedan aportar en la optimización de las reservas de agua existentes, así como en la creación de nuevas fuentes de agua. Cuando, a pesar de estas acciones, aún persista un déficit, las actividades demandantes de agua necesariamente deberán moverse algunos cientos de kilómetros en busca de regiones más generosas en este recurso.
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Francisca de la Vega Planet – Periodista Campus Sur