El 28 de julio se conmemora en Chile el Día del Campesino, recordándonos cada año un importantísimo proceso que marcó la historia de nuestro país: la Reforma Agraria en 1967. Antes de la Reforma, aproximadamente el 80% del suelo agrícola estaba concentrado en 10 mil latifundios, equivalente a 7% de las explotaciones agrícolas. La concentración del campo en poquísimas familias significaba que miles de otras familias vivían en condiciones de marginalidad y pobreza, por no contar con suelo donde cultivar alimentos para su propio consumo y para la comercialización. La Reforma significó un profundo cambio para la agricultura en Chile y actualmente, cerca del 42% de los campesinos tienen predios de menos de 5 hectáreas y sólo 1% de 1000 o más.
Es este gran grupo de pequeños propietarios lo que conocemos como Agricultura Familiar Campesina e Indígena: una forma de organización para la producción agrícola basada principalmente en el trabajo del grupo familiar. Representa en Chile un segmento de gran significación social, económico, territorial y ambiental. Casi el 75% se localiza entre las regiones del Maule y Los Lagos, concentrándose sobre todo entre el Bío Bío y la Araucanía. En su conjunto, producen el 40% de los cultivos anuales: trigo y otros cereales, papas y legumbres; el 54% de las hortalizas: lechuga, tomate, acelgas, cilantro, zapallo y maíz; 23% de las frutas, 76% de la miel, 54% de la carne de vacuno y 42% de la de cordero. Es decir, nuestro pan y platos caseros como charquicán, cazuela, porotos granados, ensaladas y postre.
Además de alimentar a las grandes ciudades y la mayor parte de los pueblos del país, la agricultura familiar campesina e indígena juega un papel importante en la cohesión social y ha sido una puerta de entrada para la mujer a la fuerza laboral, ya que hoy muchos proyectos agrícolas son liderados por jefas de familia. Sumado a esto, es una importante fuente de empleos, ya que contrata el 33% de los asalariados agrícolas y cumple un rol fundamental al aportar a la mantención de paisajes bioculturales patrimoniales y las tradiciones culturales.
Desde el punto de vista ecológico también cumplen un papel crucial, ya que participan en el cuidado del suelo y el agua. Muchas prácticas utilizadas por ellos, como la fertilización con estiércol o abonos verdes, han enriquecido los suelos, aumentando su contenido de materia orgánica y, con ello, su capacidad de retener agua. Además, han traspasado por generaciones su sabiduría en el control de las plagas, enfermedades y malezas, mediante prácticas de manejo que promueven mecanismos de regulación biológica.
Los campesinos son fundamentales en la conservación de la agrobiodiversidad ¿dónde encontramos un tomate rojo, jugoso, dulce, aromático y sabroso, como los que nos describen nuestros abuelos, ese tomate que ha sido reemplazado en la agricultura industrial por el desabrido y poco agraciado tomate “largavida”? Probablemente en el campo de don Juan o en la chacra de doña María, campesinos anónimos de algún rincón desconocido de nuestro territorio. Recordemos que sólo en Chiloé existen más de 200 variedades de papas nativas, atesoradas durante siglos en pequeños campos familiares, y en la región de La Araucanía las comunidades Mapuche son las grandes guardadoras de centenares de variedades nativas de porotos, que los chilenos urbanos ni siquiera conocemos. Tristemente, en nuestra alimentación cotidiana incluimos apenas un puñado de tipos de tomate, papas o legumbres. Sin embargo, todas aquellas variedades olvidadas de estos cultivos, así como de muchos otros, son un tesoro patrimonial de infinito valor que ha perdurado gracias a la agricultura familiar campesina e indígena.
Por décadas, estos campesinos se han adaptado a ambientes cambiantes y su sabiduría ancestral y su vínculo con la naturaleza les ha permitido responder a las restricciones que han enfrentado a través del tiempo. Sus sistemas de cultivo tradicionales, junto con la amplia variedad de especies, los hace más resilientes a catástrofes naturales como pandemias, sequías, inundaciones o temperaturas extremas, asegurando la producción parcial o totalmente y con ello nuestra presente y futura seguridad alimentaria, jugando un rol clave al enfrentar las necesidades ambientales, sociales y económicas.
No hay duda de que el cambio climático también afectará a muchos campesinos, especialmente aquellos ubicados en zonas más vulnerables, como el norte del país o zonas de secano que dependen de la lluvia para el riego; además, debemos considerar que su promedio de edad es de 56 años. Es por esto que los grandes desafíos actuales para protegerlos pasan por generar las políticas públicas que les aseguren un adecuado acceso a los recursos hídricos y otros recursos naturales como el suelo, que actualmente está siendo amenazado por la conversión a suelos urbanos. También, las políticas deberían estar dirigidas a generar incentivos para conservar sus técnicas ancestrales y, con ello asegurar una producción sostenible. Y, por último, generar incentivos para retener a los jóvenes en el campo, ya que serán las próximas generaciones las encargadas de la soberanía y seguridad alimentaria de todos nosotros.
Galería de fotos
Gabriela Lankin y Cecilia Baginsky, Facultad de Ciencias Agronómicas, Universidad de Chile, Integrantes Grupo Transdisciplinario de Obesidad de Poblaciones (GTOP).