"Sean mis primeras palabras para agradecer muy sinceramente el Premio Nacional de Medicina que me han otorgado mis colegas a través de las diferentes asociaciones que los representan: la Academia chilena de Medicina, el Colegio Médico, la Asociación de Sociedades Científicas-Médicas de Chile, y la Asociación de Facultades de Medicina de Chile.
Vayan mis agradecimientos muy especiales a aquellos que en su representación, han debido tomar la responsabilidad de analizar los antecedentes. Sin duda que ellos debieron enfrentar un difícil dilema al tener que decidir entre otros muchos que también eran muy meritorios.
Con frecuencia se afirma que "nadie es profeta en su tierra" y que no siempre en su tierra se reconocen sus méritos. Pero éste no ha sido mi caso, ya que a lo largo de mi carrera siempre me he sentido considerado y reconocido, y más aún, creo que en exceso.
He recibido importantes premios y reconocimientos, pero sin duda éste ha sido para mí el más trascendente. Se trata de un premio otorgado por mis colegas; mis iguales, los que mejor pueden valorar una labor profesional. Éste es para mí un "premio sobre premios", y tiene el valor adicional de que me ha sido otorgado cuando ya me acerco al final de la jornada.
Si para la decisión el jurado se ha basado en la labor que me ha tocado realizar en pro de la nutrición infantil, por derecho propio, tienen que ser también partícipes todos los profesionales que durante 60 años, y en diferentes etapas, estuvieron participando y entregando lo suyo. Muchos de ellos se han ido. Otros, en la actualidad, cuando la desnutrición ya ha sido controlada, continúan actualmente trabajando en nuevos problemas nutricionales, médicos o sociales. Creo que todos ellos han sentido este premio como propio.
En el camino fuimos recogiendo siempre las ideas que surgieron en conjunto y mi principal tarea era buscarlas, escucharlas y ordenarlas, contribuyendo a que estas se fueran concretando en hechos y acciones. En los tiempos de dificultades y dudas nos apoyábamos y entusiasmábamos mutuamente, gozando con cada nuevo conocimiento y auto convenciéndonos que la meta soñada era realmente alcanzable.
No puedo dejar de reconocer y agradecer el enorme esfuerzo de todos. Cuando se anunció el premio, fueron muchos los que me llamaron para manifestarme su satisfacción y orgullo, y en sus palabras, aún cuando no lo decían explícitamente, era evidente que se sentían partícipes de él. Fue una labor multidisciplinaria nacida de un profundo compromiso social adquirido en nuestra Universidad, la Universidad de Chile. Fue un equipo que no sólo elucubró e investigó sobre el tema nutricional, sino que se comprometió profundamente a que los cambios que se necesitaban realmente fuesen implementados.
Aún hoy están presentes los recuerdos de hace 50 años, cuando los hospitales pediátricos estaban atiborrados de niños famélicos, con altos riesgos de morir o quedar lesionados de por vida. En ese entonces nuestra labor era decepcionante, ya que poco podíamos ofrecer. Su suerte estaba echada aún antes que comenzaran a vivir. Predominaba el fatalismo y el conformismo ¡eran desnutridos y no podía ser en otra forma! A los muchos que fallecían en los hospitales ni siquiera se les hacía una autopsia ¡No había tiempo! ¡Y eran tantos los que fallecían cada día, y siempre los hallazgos eran los mismos!
Buscando soluciones desarrollamos muchas investigaciones que nos mostraban las diversas alteraciones que se producían en sus órganos y sistemas, que hacían muy difícil su recuperación. Fuimos teniendo éxito en las recuperaciones, pero el resultado era decepcionante. Por cada uno que se recuperaba, muchos más iban llegando en iguales o peores condiciones.
Fue en ese entonces que también nuestras investigaciones demostraron que aquellos que sobrevivían lo hacían lesionados tanto física como intelectualmente. Contrariamente a lo que se creía, comprobamos que la compleja estructura del tejido cerebral era especialmente vulnerable.
Fue más tarde cuando nuestras investigaciones nos llevaron a comprobar que aquellos que acudían a los hospitales con una desnutrición extrema, era sólo la punta del iceberg de un problema nacional mucho más profundo. La realidad era que la mayor parte de los niños que nacían, ya durante sus primeros años de vida estaban siendo lesionados tanto física como intelectualmente. Se trataba de una desnutrición crónica, oculta, que se arrastraba por generaciones.
En ellos el daño se hacía evidente, no sólo en el retraso en el crecimiento, sino también en dificultades en el aprendizaje, con altos índices de deserción escolar. Eran muy pocos los que lograban completar la educación primaria. Era allí donde se iniciaba la marginalidad social por la imposibilidad de incorporarse a una sociedad cada vez más tecnificada y demandante de habilidades, saberes, educación y cultura. Para un porcentaje demasiado alto, se iniciaba así la desigualdad de oportunidades.
Fue entonces cuando tomamos conciencia de que el daño que la desnutrición producía no era sólo para los que la padecían, sino que para la sociedad entera ¡es que como país no teníamos futuro si un porcentaje tan alto de su población estaba siendo dañada por sucesivas generaciones de pobreza y desnutrición! La nueva sociedad del conocimiento que se avecinaba, junto a la globalización económica mundial, exigirían un recurso humano indemne y capacitado para alcanzar el desarrollo competitivo.
Para ello nuestras investigaciones se orientaron hacia la búsqueda de soluciones. Con un equipo multidisciplinario utilizábamos tanto la investigación básica como aplicada y operacional buscando soluciones integrales que permitieran abarcar todos los factores que directa o indirectamente estuviesen condicionando esta adversa situación.
De ello surgió un diagnóstico preciso: ¡antes que curar había que prevenir ese daño sociogénico -biológico de los primeros años de vida! Todos los retrasos que podían observarse en edades posteriores eran consecuencia de ese daño precoz.
De allí la estrategia diseñada: prevenir el daño que un medio ambiente agresivo provocaba ya en el embarazo y durante los primeros años de vida. Todo ello en los 320 mil niños que nacían cada año.
Estábamos convencidos de que la solución era posible siempre que se actuase simultáneamente en las áreas de salud, nutrición, educación y saneamiento ambiental de cada recién nacido y en su entorno familiar. Tuvimos que luchar contra el pesimismo de muchos. Los economistas de aquellos tiempos argumentaban que la desnutrición era la consecuencia del subdesarrollo, de modo que mientras no se alcanzara el desarrollo, no iba a ser posible que se eliminara la desnutrición. Según ellos, una vez alcanzado éste, el chorreo por sí solo eliminaría la pobreza y por lo tanto la desnutrición.
Nosotros contra-argumentábamos que el desarrollo no era posible si un porcentaje tan alto de la población infantil estaba siendo ancestralmente dañado, hasta el punto de impedir que fuesen capaces de incorporarse -más adelante- eficientemente a la sociedad. Sosteníamos que la prioridad era prevenir el daño, y que si ello se lograse -permitiendo la expresión del potencial genético- sólo entonces el desarrollo era posible.
De lo que estábamos convencidos era que nuestra responsabilidad no terminaba con las investigaciones. Era cierto que mediante ellas nos habíamos ganado un prestigio nacional e internacional, pero no era ese nuestro objetivo. Por el contrario, había que ir más allá y conseguir inducir y producir el cambio.
Gastamos muchos esfuerzos en informar y motivar a la comunidad, como también a aquellos que tomaban las decisiones. No fue fácil, ya que en condiciones de subdesarrollo la contingencia dificulta, hasta impedir la programación a largo plazo. Se requerían fuertes inversiones de recursos económicos por un tiempo prolongado y los resultados, en el mejor de los casos, se comenzarían a ver después de una generación. No era una proposición atrayente para quienes debieran decidir.
Llegado el momento, y cuando fue necesario, no dudamos en mezclar la investigación y la acción. Fue entonces cuando más comenzamos a colaborar con los diferentes gobiernos y las más diversas instituciones privadas y estatales.
El tiempo ha pasado y ahora nos sentimos satisfechos de lo logrado. La desnutrición de los primeros años ya ha sido controlada. Ya no es un problema de salud, ni tampoco es un obstáculo para el desarrollo. Todos nuestros indicadores biomédicos nos colocan entre los países desarrollados, a pesar de que aún persiste la pobreza, pero ésta ya no es de la cuantía y la calidad de antes. En la actualidad los expertos de otros países consideran a Chile como al extraño que logró derrotar la desnutrición, aún antes que se produjera el desarrollo. Todos quieren saber cómo se logro.
Fue así como se logró prevenir el daño físico y mental de la población infantil. Ahora la casi totalidad está terminando la educación básica y ésta está presionando sobre la educación media (75% está terminándola) y ahora se exige la educación superior a la que antes tenía acceso una mínima parte (2%). Ya los hijos están siendo más altos que los padres. Creo que es por todo ello que en los últimos años ha sido posible avanzar en el desarrollo económico y social. Muchas veces me pregunto si ello hubiese sido posible con el recurso humano dañado del pasado, hace 50 años. Mucho me temo que no. Es que el desarrollo se logra sólo cuando la mayor parte de los actores han tenido la oportunidad de expresar su potencial genético.
En esta ocasión he debido hablar en plural porque lo siento necesario. La responsabilidad del éxito es de muchos, no sólo los que abordaron el problema con las herramientas científicas y profesionales, sino también los gobernantes que creyeron y tomaron las decisiones correctas, destinando la inversión de los recursos necesarios. A ellos hay que agregar los miles de funcionarios y profesionales, públicos y privados involucrados y los miles de voluntarios y voluntarias, que entregando lo suyo hicieron posible este cambio.
Creo que a todos ellos es a quienes debemos reconocer.
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Dr. Fernando Mönckeberg