La sobreexplotación de recursos naturales, los cambios de uso de suelos, la contaminación, la invasión de especies exóticas o los incendios son actualmente algunos de los principales estresores de los ecosistemas. A estos factores, se suma la creciente incidencia del aumento de las temperaturas y el déficit hídrico que afecta, con particular intensidad, a la zona centro y centro sur del país, variables directamente asociadas al calentamiento global. Este fue el foco de un estudio internacional encabezado por el académico de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la U. de Chile, Andrés Muñoz-Sáez, que elaboró un detallado mapa del riesgo climático para los 24 tipos de vegetación nativa existentes en el territorio nacional y 38 otras categorías de coberturas, entre ellas, paisajes productivos (agricultura, plantaciones forestales, entre otras).
La investigación utilizó un modelo climático como base -correspondiente a valores registrados entre 1960 y 1990- para proyectar el impacto sobre la vegetación de dos escenarios de incremento en las emisiones hacia el período 2061-2080. El escenario en el que continúan las tasas de emisiones de gases de efecto invernadero, tal como se realiza actualmente (RCP8.5), mostró que un 43,6 por ciento de la vegetación nativa estaría expuesta a un alto riesgo climático. El trabajo, publicado en la revista Science of the Total Environment, contó además con la participación de investigadores de la Universidad Nacional de Seúl, de la Universidad de California Davis y de la Sociedad de Conservación de Vida Silvestre (WCS).
El análisis, además, entrega información detallada sobre los niveles de riesgo climático estimado a futuro para las distintas zonas de Chile y el impacto sobre 11 tipos de bosques, 5 tipos de matorrales y suculentas, 4 tipos de pastizales y 4 tipos de humedales. En esta línea, plantea la importancia de implementar medidas para contrarrestar el peligro que enfrenta Chile como uno de los 35 puntos críticos de biodiversidad (hotspots) en el mundo, con tres ecorregiones y seis biomas terrestres de máxima prioridad para la conservación, y donde casi el 50 por ciento de sus 4.985 especies vegetales son endémicas, es decir, no existen en otro lugar del planeta.
Áreas y especies en peligro
Las simulaciones realizadas indican que, hacia el período 2061-2080, los índices de mayor riesgo climático para la vegetación nativa local se registran en la cordillera de los Andes y sectores de la cordillera de la Costa, en la zona centro-sur del país. Entre los bosques afectados, figuran varios tipos de Nothofagus (robles, coihues, raulíes, hualos, entre otros), especies que comprenden más del 50 por ciento de la superficie de bosques nativos de Chile, y presentan más de un 40 por ciento de riesgo climático a futuro. Otra zona que sufriría los embates del calentamiento global es el altiplano del norte de Chile, donde las estimaciones plantean que el 80 por ciento de la vegetación de estepa altiplánica y más del 90 por ciento de los salares se encuentran en alto riesgo.
Andrés Muñoz-Sáez, quien además es investigador asociado del Center of Applied Ecology and Sustainability (CAPES), destaca -en particular- el peligro que enfrentan algunas especies icónicas de gran longevidad, tanto en áreas protegidas como no protegidas, “como son los bosques de pewenes (Araucaria araucana) y alerces (Fitzroya cupressoides), los cuales ya se encuentran amenazados de extinción. De acuerdo a nuestro estudio, ambas especies presentan un riesgo climático por sobre el 95 por ciento a futuro. Ellas poseen distribuciones acotadas, que se restringen a la Araucanía, en el caso del pewen, y a la región de Los Lagos, en el caso del alerce, por lo que realizar una planificación in situ para la conservación de estas especies es fundamental".
Pero no todas son malas noticias. El estudio plantea que si bien las áreas expuestas a un alto riesgo se incrementarán frente a los escenarios de cambio climático más probables, habrá zonas que operarán como importantes refugios climáticos, principalmente en algunos sectores de los Andes centrales de la región de Atacama y Coquimbo, así como en algunas áreas costeras y en los fiordos de Magallanes y en Tierra del Fuego. Respecto a los tipos de vegetación que serían menos afectados por el calentamiento global, figuran algunas especies de la zona austral, como el Coihue de Chiloé (N. betuloides) y el Ciprés de las Guaitecas (Pilgerodendron uviferum), que están bien representados en los parques nacionales y tienen una distribución dentro de futuros refugios climáticos”.
El concepto de “alto riesgo climático” para la vegetación nativa está asociado a variaciones climáticas que podrían estar por sobre lo que las especies fisiológicamente podrían soportar, lo que implica desde una disminución de la sobrevivencia hasta una potencial extinción. Sin embargo, Andrés Muñoz-Sáez plantea que estos índices deben ser tomados con cautela, ya que el estudio no considera la capacidad de resiliencia de algunas especies frente al cambio climático, un ámbito que -enfatiza- puede complementar y afinar los resultados predictivos de este estudio con experimentos de campo.
Data para la conservación
De esta manera, los mapas de riesgo climático entregan información fundamental para el desarrollo de planes de conservación ante los adversos escenarios climáticos proyectados a futuro para todo el país. “Nuestro estudio permite identificar zonas de riesgo climático in situ, lo que hace posible realizar una conservación planificada del territorio, priorizando ciertos tipos de vegetación y zonas donde actualmente se encuentran. Esto implica, fundamentalmente, adoptar medidas que permitan gestionar la resiliencia de los tipos de vegetación, facilitar restauración ecológica o generar políticas públicas que permitan conservar sectores y especies a futuro, entre otras”, comenta Andrés Muñoz-Sáez.
Para el investigador de la Universidad de Chile, los altos niveles de vulnerabilidad y el peligro asociado a la desaparición definitiva de especies vuelve urgente considerar el desarrollo de planes de conservación en base a las proyecciones climáticas. “Además, complementariamente, estos resultados también se pueden comparar con otro tipo de simulaciones (dinámicas, por ejemplo), en las cuales se puede evaluar la potencial tasa de cambio y movimiento de las especies en escenarios futuros de cambio climático. Ambas aproximaciones (modelación in situ y dinámica) ayudan a identificar sectores que podrían actuar como corredores biológicos para migraciones naturales o asistidas, y zonas de refugio que permitan conservar nuestro patrimonio natural”, agrega.
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Cristian Fuentes Valencia- Prensa UChile